Hace ya demasiado tiempo que las amenazas, cualesquiera que fuera su naturaleza, han dejado de ser unicausales. Toda variable que podamos contemplar en un escenario negativo está explicada, y por tanto condicionada, por múltiples factores y relaciones de interdependencia.
La disrupción condiciona, de manera creciente, nuestro día a día, circunstancia que, en términos de seguridad, está generando escenarios de progresiva complejidad en todas sus dimensiones: causas, materialización, consecuencias, efectos, respuestas e implicaciones, cada una de las cuales está conformada por toda una suerte de factores. Las acciones terroristas modernas responden con plenitud a este patrón pero, ¿cómo estamos respondiendo? Si nos centramos en las diferentes naciones europeas, o en la propia OTAN, los esfuerzos se centran cada vez más en fomentar mecanismos de prevención/respuesta ante los riesgos, en detrimento de establecer medidas que permitan una mayor resistencia y mejor recuperación ante los hechos. Una prevención que nace fruto del evento, ante cada nuevo hecho, y no con antelación.
Muchas son las voces que se están alzando en este sentido. Como señalara esta primavera Kurth Cronin, en Foreign Affairs, haciendo referencia a las estrategias contra terroristas utilizadas por Estados Unidos contra Al Qaeda, pasamos años construyendo estructuras burocráticas que nos permitan neutralizar una amenaza y, cuando éstas han llegado a su punto álgido de desarrollo y aplicación, la amenaza ya se ha trasformado. Esta dificultad es tal que, incluso en el ámbito del decisor, el político, llega a suponer un desafío el simple hecho de decidir si actuar o no, al no conocer las consecuencias que de esa decisión puedan derivarse. Desconocimiento que se hace extensivo incluso en el futuro más próximo. El cambio de cultura de seguridad que se precisa, es radical, necesidad que se hace extensiva a toda organización, pública o privada, nacional o supranacional, que tienda a lidiar con amenazas en ambientes de desorden creciente.
Taleb acuñó el término antifragilidad, como forma, no solo de reducir la vulnerabilidad ante el azar y el caos, sino de salir fortalecido
Partiendo de una metodología de evaluación de riesgos clásica, en la que se clasifican los potenciales acontecimientos en términos de probabilidad (de acaecer) e impacto (si tuviera lugar), Nicholas Taleb hablaba en el 2007 de los cisnes negros. Los eventos así acuñados serían aquellos de muy difícil predicción y altísimo impacto. Esta imposibilidad de detección, en esencia, viene derivada de una variable tan humana como inevitable, la fragilidad de nuestro sistema de pensamiento.
Pero la disrupción, además de la generación de grandes riesgos también implica potenciales oportunidades. El mismo Taleb acuñó posteriormente el término antifragilidad, como forma, no solo de reducir la vulnerabilidad ante el azar y el caos, sino de salir fortalecido.
Recientemente Harvard Business Review dedicaba un artículo a explicar qué es, y qué no, una innovación disruptiva, la esencia quedaba clara desde el inicio, es el enfoque estratégico de cada una de las diferentes necesidades a las que nos expongamos. Así, ha de suponer un proceso continuo, una ruptura respecto a las pautas de actuación ya conocidas, entender que el error no es sino la muestra de las limitaciones de nuestras estrategias y que, irónicamente, la inversión financiera ha de ser la adecuada.
La última publicación de Siegel apuesta por aunar este tipo de enfoques, con los conocidos como análisis predictivos, donde no solo se trata de identificar cual puede ser la pauta de comportamiento humano que se pretende predecir, sino el porqué de la misma. Un contrapunto a la obra de Taleb que, ante complejos desafíos, puede resultar de gran interés combinar. Una de sus principales críticas se centra en lo absurdo del uso abusivo de big data, donde prima mostrar analíticas visualmente atractivas y se obvia la necesidad de extraer modelos. En este sentido, si como muestra The Intercept, los autores de los mayores atentados cometidos en occidente entre 2013 y 2015 ya eran sobradamente conocidos por centros de inteligencia y fuerzas de seguridad ¿de qué sirve la carrera desbocada hacia la acumulación de datos derivados del vigilantismo social?
Los escenarios más complejos aún no han llegado
Realmente, los escenarios más complejos aún no han llegado, las variables que definen los actuales se vienen repitiendo a lo largo de la historia, modificándose únicamente el contexto en el que tiene lugar o la forma de combinarlas. Pero, aplicar la mentalidad del pavo (en la que al alineación con el trato recibido a diario le impide ser consciente que será el plato principal de la cena de Acción de Gracias) ante contextos de creciente complejidad no parece el enfoque más adecuado. Un evento que no ha existido nunca, no es imposible hoy.
Un exigencia fruto de este tipo de escenarios es la necesidad de dirigir nuestro pensamiento hacia el futuro. Diseñar cuantas distopías sean necesarias, analizar que actores, intereses, variables y acciones las podrían componer y, en base a ese pormenorizado estudio, iniciar el diseño de acciones que podrían evitar llegar a alguno de esos escenarios o reducir su impacto. Desechar la excesiva confianza depositada en lo que sabemos y en lo concreto, otorgando igual importancia a las situaciones no conocidas y a los contextos generales en los que puedan darse. Recuperar la sana costumbre de discutir, de la hoja en blanco y del trabajo en equipo, ningún genio puede enfrentarse, por sí solo, al mundo. Discernir entre lo urgente y lo importante. Ni sencillo, ni imposible.
Las amenazas no tradicionales requieren de mayor solidaridad entre los diferentes actores que las han de hacer frente
Las amenazas no tradicionales requieren de mayor solidaridad entre los diferentes actores que las han de hacer frente, la interiorización de las lecciones aprendidas, la implicación de más y nuevos campos de actuación, un extraordinario esfuerzo de flexibilidad y adaptación en su respuesta.
La posibilidad de llegar a extremos como evocar el artículo 5 de la Alianza Atlántica, una de las opciones que se vienen barajando ante los últimos atentados, es uno de estos enfoques tradicionales. Una acción militar ante una amenaza compleja, una respuesta medida en términos de justificación y no de eficacia. O les matamos o nos matan. Ojo por ojo y diente por diente de gigantes.