
La guerra contra el terrorismo, en su versión aérea -especialmente a través de los ataques de drones- está masacrando a la población civil. Aunque puede ser una medida efectiva a corto plazo, porque se consigue descabezar a grupos terroristas como Al Qaeda, supone un riesgo a medio y largo plazo. Una de las consecuencias puede ser que la población se vea atraída por los extremismos como respuesta a los ataques que acaban con víctimas entre los civiles.
Wahat (Egipto), 13 de septiembre 2015. Rafael Bejarano, músico y chamán mexicano, muere tras el ataque del ejército egipcio a un grupo de turistas a quienes confunde con presuntos terroristas. Otros siete ciudadanos mexicanos fallecen en el bombardeo.
Saná (Yemen), 28 septiembre 2015. Un bombardeo de la coalición internacional liderada por Arabia Saudí contra los huthis acaba con la vida de 131 personas en una boda. 70 de los fallecidos no eran ni siquiera asistentes a la misma. El 8 de octubre otro ataque contra una boda causa al menos 26 muertes. Entre los fallecidos hay multitud de mujeres y niños.
Kunduz (Afganistán), 3 de octubre 2015. Instalaciones de Médicos sin Fronteras son atacadas desde el aire, durante más de una hora, causando 22 fallecidos: 12 eran miembros de la organización y el resto pacientes.
Son tres casos que se han producido en un periodo muy corto de tiempo. Una simple muestra de los más representativos, pero no los únicos. Los tres con un mismo resultado, sin importar de dónde provengan (estados democráticos, autoritarios o golpistas).
Daños colaterales, una más de las múltiples construcciones y perversiones del lenguaje para ocultar la dimensión humana de la muerte
Los drones estadounidenses están traumatizando a toda una generación de pakistaníes y de yemeníes. Aunque puede ser una medida efectiva a corto plazo, supone un riesgo a medio y largo plazo. Con los ataques se descabezan organizaciones como Al Qaeda, pero genera un rechazo entre la población local, susceptible a adoptar posiciones extremistas violentas. Un informe publicado en The Guardian mostraba el coste en vidas civiles de la persecución a líderes yihadistas, 1.147 personas fallecidas para acabar con la vida de 41 líderes yihadistas en Yemen y Pakistán.
The Long War Journal es una de las fuentes informativas que contabiliza los ataques con drones en Pakistán y Yemen. ¿Debemos entender que el principio de proporcionalidad se debe aplicar estableciendo una ratio entre número de militantes terroristas y número de civiles fallecidos? The Bureau of Investigative Journalism, a fecha de 1 de septiembre de este año, cifra entre 423 y 965 los civiles fallecidos en ataques de drones en Pakistán (entre 172 y 207 niños), además de ofrecer datos sobre Yemen, Somalia y Afganistán. En todo caso, los fallecidos en ataques aéreos no son las únicas víctimas. Son muchos los heridos con lesiones de extrema gravedad para toda la vida que no aparecen reflejados en las cuentas oficiales, en un mundo en que los seres humanos se han convertido en números.
Las diferencias las marcan las nacionalidades de las víctimas
El caso del ataque al hospital de Médicos sin Fronteras ha centrado la atención mediática. Quizás por la percepción de mayor cercanía, más occidentalismo. Incluso se ha llegado a invocar la Convención de Ginebra. Una atención que no existe cuando los asesinados son civiles de Siria, Yemen, Pakistán, o Afganistán. Todos, absolutamente todos los fallecidos, tienen nombre, familias, ocupaciones, sueños y esperanzas, sea cual sea su nacionalidad.
Las políticas antiterroristas lanzadas desde Occidente pueden ser una de las causas del problema
Las causas de fondo del terrorismo pueden tener su origen, en ocasiones, en las políticas antiterroristas dirigidas desde Occidente. Decisiones que configuran las percepciones y las narrativas de poblaciones completas: se heredan a través de generaciones y generan sentimientos de agravio, rechazo y deseos de venganza y pudiendo orientar a jóvenes hacia una militancia activa.
Responsabilidad, para todos, y eliminación de impunidades, también para todos. Las aberraciones y las masacres no deben tener nacionalidad. Construimos un mundo lleno de excusas y vacío de responsabilidades. Se justifican ataques a hospitales o colegios -como ha ocurrido en Saná o en Gaza- en base a que en ellos se han escondido presuntos terroristas o que usan a los civiles como escudos humanos. Y nuestras conciencias parecen lavarse con la apelación a la aberrante denominación de “daños colaterales”, una más de las múltiples construcciones y perversiones del lenguaje para ocultar la dimensión humana de la muerte.
Todo lo justificamos, todo parece valer. Lo que diferencia a los estados democráticos -guiados por el imperio de la ley- es el sometimiento a un marco, a unas reglas y a una moralidad. Sin duda, ello supone una asimetría frente a la acción de grupos terroristas que no están sujetos a limitaciones. Esto, es lo que nos separa y, en cierto modo, debería ser lo que nos hace mejores.