Llega la Navidad, y especialmente Nochebuena, momento para expresar todos nuestros buenos deseos y como Ebenezer Scrooge, personaje del famoso cuento de Dickens, tratar de dejar a un lado, aunque sea por unas horas, todos nuestros egoísmos y avaricias.
En el ámbito de la seguridad, de la geopolítica y de las relaciones internacionales sabemos que será imposible. El egoísmo y la avaricia vencen a la solidaridad. Una solidaridad que se mueve, a grandes pasos, desde la acción de multitud de individuos, asociaciones y movimientos ciudadanos y organizaciones no gubernamentales. Pero no tanto desde las estructuras de gobierno, tanto nacional como internacional. En el primero de los casos por motivos diversos: ideologías políticas, crisis económica (pero no sólo económica) o pérdida del poder de los estados. A nivel internacional, por la incapacidad para dar solución global a riesgos y amenazas transnacionales.
Fukuyama apunta la necesidad de una serie de ajustes para solucionar problemas derivados de la vetocracia, la repatrimonialización, y el elitismo
Las alianzas, basadas en intereses, se mantendrán, la sinrazón humana continuará atentando contra la vida de otros seres, la guerra se seguirá planteando como solución sin llegar a analizar bien las alternativas, las industrias y corporaciones seguirán controlando Gobiernos y tomando decisiones al servicio de intereses particulares y no generales, las élites dirigentes, lobbies y grupos minoritarios de interés seguirán imponiendo sus agendas personales, mientras líderes mundiales se seguirán fotografiando con tiranos y criminales. Scrooges del siglo XXI, con ingentes recursos y capacidades para alimentar y ampliar un modelo liberal, escaso de límites y controles, para el propio beneficio. Francis Fukuyama, tras declarar que el modelo democrático liberal no tenía alternativa, apunta, en su última obra, la necesidad de una serie de ajustes inminentes, con objeto de solucionar problemas derivados de la vetocracia (la capacidad de minorías de vetar decisiones), la repatrimonialización (el poder de corporaciones y poderes para orientar las decisiones en interés propio), y el elitismo (con un ejemplo evidente en las sagas Kennedy, Bush o Clinton en la esfera política), que entre otras cuestiones han disparado la desigualdad a niveles históricos, haciendo de la misma uno de los mayores riesgos para la seguridad.
Los fantasmas del pasado, presente y futuro
Al igual que a Scrooge, cuya avaricia le hizo perder el amor de su prometida Belle, el sistema en el que vivimos ha convertido a las personas en números
Como en la novela de Dickens, los fantasmas del pasado, del presente y del futuro se tornan necesarios para recapacitar sobre la dirección tomada y aquella a seguir. Un fantasma del pasado nos debe hacer aprender de la multitud de errores cometidos. Al igual que a Scrooge, cuya avaricia le hizo perder el amor de su prometida Belle, el sistema en el que vivimos ha convertido a las personas en números, mientras que se asignan propiedades humanas a estructuras económicas o financieras o a los objetos. Son los mercados quienes sufren o sienten nervios, o los aparatos electrónicos los poseedores de inteligencia. Por eso, en este siglo XXI, se rescatan bancos, pero no seres humanos. Los nuevos valores impuestos son el consumo y la imagen, que nos trasladan a una realidad ficticia envuelta en celofán, el opio de los pueblos del siglo XXI.
El fantasma del presente debe ayudarnos a analizar y evaluar adecuadamente los riesgos y amenazas, con rigurosidad y metodología, evitando las habituales simplificaciones y la utilización partidista de la seguridad. Este fantasma también nos mostrará que, a pesar del calor de nuestro hogar y lo fastuoso de nuestra cena, esta noche no podrá ser celebrada por muchos seres humanos. Algunos de ellos seguirán huyendo de dictadores y terroristas, o chocando contra muros o vallas. Mujeres seguirán siendo maltratadas o asesinadas por sus parejas. Niños, objeto de tráficos ilícitos. Comunidades o minorías, masacradas. Y muchos seres humanos la pasarán sin esperanza. Una esperanza, junto a la dignidad, que deberían ser parte de un patrimonio personal que nunca se puede perder.
El fantasma del futuro nos debería ayudar a plantear los próximos escenarios en seguridad, en parte como una dinámica de tendencias que ya se manifiestan, y en otra en función de las acciones que se emprendan por los diferentes actores del sistema. Es preciso valorar cada medida a adoptar en políticas de seguridad, estableciendo unos objetivos e indicadores, y analizando todos los posibles efectos de las mismas a largo plazo. Medidas que nunca deben agravar los problemas, ni ir en contra de nuestros valores.
Recordar a los que faltan
También, en Navidad, es habitual recordar a aquellas personas que nos faltan. Cada uno tendrá su propia lista de seres queridos, a quienes ya no puede ver o lo hace en menor medida de lo deseado. Y aunque el impacto y proximidad de los atentados de París nos lleve a pensar en los familiares de los 130 asesinados el 13 de noviembre, es preciso ampliar ese recuerdo a las familias de todos los fallecidos por causas de la violencia, en cualquier lugar del mundo, de cualquier religión, de cualquier situación económica, incluyendo a quienes mueren también por la mala praxis de los Estados (como las víctimas civiles en conflictos, de cuya culpa tapamos nuestros ojos con una venda que denominamos daños colaterales).
Un recuerdo muy especial a los familiares de Jorge García Tudela e Isidro Gabino, policías nacionales asesinados en Kabul hace unas semanas, cumpliendo con su misión de asegurar la Embajada de España. Y a las familias de los tres periodistas españoles desaparecidos en Alepo (Siria): José Manuel López, Ángel Sastre y Antonio Pampliega. Así como a todas las familias de miembros de Fuerzas Armadas, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Policías Autonómicas y Locales, y seguridad privada, servicios de emergencia, que velan, en ocasiones entregando sus vidas, para que todos podamos tener muchas noches en paz.
Porque la vida merece la pena ser vivida, disfrutada, exprimida, en paz y en libertad
‘Qué bello es vivir’
Porque la vida merece la pena ser vivida, disfrutada, exprimida, en paz y en libertad. El próximo año se cumplen 70 años de otra referencia navideña habitual, la película Qué bello es vivir, de Frank Capra. El futuro de nuestra sociedad depende de la victoria de hombres buenos, como George Bailey, magníficamente interpretado por James Stewart. Como bien apunta Arturo Pérez-Reverte, “en España, en tiempos de oscuridad, siempre hubo hombres buenos que, orientados por la razón, lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso. Y no faltaron quienes intentaban impedirlo”. La seguridad será cuestión de encontrar más hombres buenos, inteligentes y comprometidos, puesto que, en muchas ocasiones, llega a asustar mas la indiferencia, e incapacidad, de los buenos que los actos de los malos. Hombres buenos de verdad, y no sólo aparentemente buenos. Hombres buenos que incorporen sus valores y principios en las organizaciones, y que se reflejen en las acciones. La fuerza frente al lado oscuro, con límites no siempre claros.