Tras cada gran atentado son habituales, y absolutamente necesarias, las llamadas a la unidad y la firmeza. También es constante la alusión a la defensa de nuestros valores, alegando que están siendo atacados por el terrorismo.
Tras los atentados de París del 13 de noviembre, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, señalaba que «París en sí representa los valores eternos del progreso humano. Los que piensan que pueden aterrorizar al pueblo de Francia o los valores que representan están equivocados». Esta semana, tras el tiroteo de San Bernardino (California), Obama apelaba de nuevo a los valores de Estados Unidos para acabar con el terrorismo. Pero no son estas frases hechas las únicas consideraciones a realizar al referirnos al terrorismo. O no deben serlo.
Frente a la sinrazón asesina, los Estados tienen una herramienta muy potente a explotar: el Estado de derecho
En primer lugar, el terrorismo se configura como una amenaza asimétrica, dado que, entre otras cuestiones, no cuenta con un marco normativo por el que regirse. Los grupos terroristas, sus miembros o seguidores, y los Estados que lo siguen patrocinando, no están sometidos a normas ni a principios éticos, y para la consecución de sus objetivos justifican cualquier tipo de acción. Las organizaciones internacionales y los Estados, por el contrario, están sometidos a un amplio conjunto normativo, garantista de los derechos y libertades, y a unos principios y valores, a veces más teóricos que reales, que forman parte de su concepción del mundo, como un conjunto de convicciones profundas que determinan su manera de ser y orientan su conducta. Frente a la sinrazón asesina, los Estados tienen una herramienta muy potente a explotar: el Estado de derecho. El derecho a la vida o a la integridad física o moral y la obligación de su protección, la libertad de pensamiento y de expresión, el respeto a la dignidad y a los derechos humanos condicionan su forma de actuar.
Ese culto a la imagen está presente en el fenómeno terrorista y su actividad propagandística, unido a una cultura de violencia globalizada
Terrorismo adaptativo
En segundo lugar, el terrorismo es un fenómeno inteligente, además de adaptativo y resiliente, y se sirve de valores de las sociedades occidentales para sus fines, como la igualdad de oportunidades, o la existencia de un amplio abanico de libertades (expresión, comunicación, reunión, entre otras). También aprovecha características de nuestras sociedades, como el poder de la imagen, que convierte a la misma en el propio mensaje, o la posibilidad del acceso a la fama o a esferas de poder al margen de méritos o talento. Ese culto a la imagen está presente en el fenómeno terrorista y su actividad propagandística, unido a una cultura de violencia globalizada.
A pesar de estas invocaciones, y como tercer punto a considerar, nuestros valores son afectados claramente por el terrorismo. Una parte no desdeñable de las medidas adoptadas para combatir este fenómeno recaen sobre la totalidad de ciudadanos inocentes, sujetos pasivos (demasiado) de invasiones en la privacidad de suscomunicaciones o de restricciones en sus derechos y libertades. Una cesión individual en aras de una seguridad colectiva cuya eficacia debería ser acreditada, en la búsqueda de un balance o equilibrio continuo entre seguridad y libertad, no siempre complementarios.
Nuestros valores
Pero en definitiva, y en cuarto lugar, ¿cuales son nuestros valores? Se habla de ellos como de un conjunto monolítico de visiones del mundo compartidas por Occidente. Pudiendo existir una base de valores comunes, no es predicable del todo que sean coincidentes en la sociedades estadounidense y en la europea. Incluso en ese caso, su percepción, y por tanto su defensa, no son homogéneas entre los diferentes países. Mientras que el terrorismo, y grupos como Dáesh son maestros en la creación de una identidad común, ¿qué identidad tenemos, por ejemplo, los europeos?, ¿qué valores son los que caracterizan a Europa?, ¿cómo los percibimos, los sentimos, los gestionamos y los defendemos? Se trata de otro punto adicional en la asimetría que aprovecha el terrorismo, fenómeno que sólo nos une cuando se produce la tragedia. O incluso, en ocasiones, nos separa, fomentando la polarización social y política y el extremismo.
Si esos valores tan nuestros son objeto de ataque, algún tipo de defensa se debe imponer desde los mismos
Por otra parte, si esos valores tan nuestros son objeto de ataque, algún tipo de defensa se debe imponer desde los mismos. Asumir e incluso contribuir a expandir el miedo, objetivo del terrorismo, no parece la vía. Modificar y adaptar nuestra forma de vida ante los ataques, tampoco. La paralización de una ciudad europea durante varios días es un mal ejemplo. Nuestros valores, en caso de existir ese necesario consenso, deben ser protegidos y gestionados. Es necesaria una percepción e interiorización de los mismos, crear una conciencia política y social (en algunos países en mayor medida que en otros), y una identidad nacional y europea desde la escuela. Admitir únicamente el ataque a los mismos parece una declaración de nuestra incapacidad e impotencia. Invocar nuestros valores como defensa contra el terrorismo se queda en una frase recurrente carente de significado y contenido, y más cuando las acciones que se diseñan afectan directamente a esos mismos valores.
Daños colaterales
En este punto, saltarán las alarmas de aquellos críticos que dirán que “basta ya de echarnos la culpa a Occidente”. Una cosa no quita la otra. Es evidente quiénes son los criminales, quienes están en un lado y otro y quiénes son los culpables directos de las atrocidades que se cometen. Pero esto debe ser compatible con el adecuado juicio crítico sobre lo que se debe mejorar, bien porque no se ha querido abordar previamente, bien porque la situación ha evolucionado. No podemos ser ajenos a lo que sucede en barrios europeos o en nuestras prisiones. Y aquí aparece un quinto punto a destacar, la facilidad con la que fallamos a nuestros supuestos y teóricos valores. Los últimos años han sido testigos de torturas, detenciones y ejecuciones sin juicio, prisiones secretas y engaños y mentiras a los ciudadanos. Nuestras sociedades camuflan dramas humanos bajo la denominación de “daños colaterales”, quizás sembrando las semillas del terrorismo futuro bajo la limpieza quirúrgica de los drones. ¿Dónde estaban ahí nuestros valores?
Nuestro éxito no dependerá de palabras duras, en su lugar vamos a prevalecer por ser más fuertes e inteligentes, fuertes e implacables
Barack Obama
Decía Obama esta semana que «nuestro éxito no dependerá de palabras duras, o del abandono de nuestros valores ante el miedo. Eso es lo que grupos como el Estado Islámico están esperando. En su lugar, vamos a prevalecer por ser más fuertes e inteligentes, fuertes e implacables«. Acierta Obama parcialmente, es la inteligencia la que debe llevar a la victoria, incluyendo la gestión inteligente de nuestros valores, tanto aquellos que pueden parecer universales como aquellos que en sociedades líquidas, en términos del sociólogo Zygmunt Bauman, son más débiles y variables, incluso caducos.