Paris ha vuelto a ser la escena de una sucesión de ataques cuya motivación, causas y efectos finales distan de ser comprendidos. Antes de ayer se producían los ataques suicidas en un bastión chií en Beirut, hace dos semanas el avión ruso Airbus A320, supuestamente detonado en el aire por una bomba colocada en su interior. La enumeración puede ser cuan infinita queramos.
Hacer un análisis riguroso de cada uno de estos atentados no puede convertirse en un ejercicio simplista ni precipitado. Implica estudiar el conjunto de las acciones acaecidas, pero también un pormenorizado examen que ha de abarcar desde las variables individuales de cada uno de los atacantes intervinientes a su círculo de socialización, sin olvidar el marco geográfico en el que han nacido, crecido y actuado.
En este esfuerzo de comprensión podemos adentrarnos en múltiples debates de dificultades obvias: tipo de condicionantes previos; acciones que, desde nuestras naciones, pueden estar contribuyendo a la materialización de este tipo de ataques; estados que facilitan el cobijo y la expansión del fenómeno yihadísta; medidas contraterroristas que parecen estar dirigidas a la urgencia y no a la necesidad; intereses ocultos en uno u otro ámbito, de mayor y menor afectación; utilización de la religión cómo medio o cómo excusa; consecuencias de la focalización occidentalista como forma de abordar problemáticas transnacionales; la existencia, o no, de una estrategia contra el terrorismo que permita afrontarlo en su conjunto; el alcance de nuestra contra información como medio de lucha contra el terrorismo; y un sinfín de etcéteras cuya respuesta reduciría enormemente nuestra ceguera.
Identificación de variables
En ausencia de este tipo de información, es posible identificar alguna variable que ya se ha contrastado, a expensas de necesitar muchos más días, semanas o años, para extraer ese referido análisis de conjunto. Se trata de la repetición y combinación de técnicas y tácticas terroristas utilizadas desde Mumbai a Nairobi, de Túnez a Paris el pasado 7-9 de enero, y de nuevo, ahora.
Ataques dirigidos contra objetivos débiles (soft targets), aquellas infraestructuras o personas que, en posición de los objetivos protegidos (hard targets), disponen de nulas o limitadas medidas de seguridad en su protección.
De alta coordinación, no pareciendo fruto de la improvisación la actuación de, al menos 8 atacantes, en diferentes puntos de la ciudad. La obtención de armamento y confección de bombas, pese a existir el mercado negro, también implica la necesidad de proveerse con antelación. El arresto de varios sujetos en la tarde del sábado día 14 en Bélgica, supuestamente relacionados con estos atentados, apoyaría esta hipótesis.
Simultáneos y / o sucesivos, obteniendo así una amplia cobertura mediática y generando terror. El pánico configura así una escena de caos e incertidumbre que trasciende a toda la sociedad.
Continuados y prolongados en el tiempo, cuya secuencia se desarrolló durante un periodo conocido de 4 horas y contribuyó, de nuevo, al impacto visual seguramente buscado.
Es posible identificar variables que ya se han contrastado. Se trata de la repetición y combinación de técnicas y tácticas terroristas utilizadas en Mumbai, Nairobi, Túnez y Paris
De gran impacto mediático, potenciado por su transmisión, casi en tiempo real, por medios de comunicación y usuarios de redes sociales.
Combinando diversos modus operandi. Tiroteos con armas de gran calibre, uso de explosivos y toma de rehenes. En este sentido, resulta especialmente preocupante la utilización de cinturones bomba por varios de los autores, circunstancia que introduce un factor diferencial respecto a anteriores atentados en suelo europeo, a la vez que evidencia la posibilidad de recurrir al martirio como forma de acción.
Con la generación de un elevado número de víctimas.
Y la posibilidad de autores, ideológicos o materiales que, de emprender una huída hacia adelante, pudieran realizar en nuevos atentados.
La complejidad del momento, la legítima demanda social de respuestas y acciones, la urgencia en sí misma de la gestión de una crisis de estas características, debiera ser equilibrada. No sólo tratando de buscar la mayor información en cada momento, tras cada atentado, algo que en la función policial y judicial es vital, sino adentrándonos en un enfoque mayor, en un análisis que nos permita avanzar como sociedad frente a nuestras amenazas. Situar la seguridad al servicio de los derechos y las libertades y combatir un fenómeno global desde un plano de iguales dimensiones. En tanto dispongamos estas capacidades, las reacciones serán, continuamente, a golpe de hecho, y la información útil muy limitada.