EL ÉXITO DE LA POSVERDAD
No cabe duda que la denominada posverdad consigue sus objetivos. Siempre van a existir personas, de forma voluntaria o no, dispuestas a creer a ciegas determinados inputs informativos, debido a factores de entorno, grupales o individuales.
En las próximas entradas, dedicadas a las causas del éxito de la posverdad, con ánimo sintetizador pero no exhaustivo, vamos a destacar las cuestiones de entorno que hacen de la posverdad un éxito; las condiciones individuales, especialmente sesgos cognitivos, que afectan a que la mentira y la manipulación sean efectivas; y la existencia de facilitadores para ello, en este caso las tecnologías de la información y las comunicaciones.
En esta primera entrega vamos a centrarnos en analizar el entorno actual, en base a contenidos que los autores ya redactamos en el documento “El Mundo en 2017”, publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos.
El año 2017 fue definido como “el año de la revolución” por The Economist, una revolución que se acometió desde el poder, especialmente tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. La incertidumbre y la complejidad han continuado adquiriendo nuevas dimensiones, mostrando las instituciones dificultades para desenvolverse en los nuevos entornos. Tendencias e indicadores apuntaban, hace años, a lo que se ha ido materializando en 2016 y 2017, y continuará en 2018. En ocasiones la percepción es que el futuro nos ha llegado demasiado pronto, que no se ha visto venir o, como decía Paul Valery, que “el futuro ya no es como era antes”. Quizás la clave está en adoptar la célebre frase de Ortega y Gasset: “no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa”.
El futuro ya no es como era antes. Paul Valery
Jéssica Cohen ha señalado en repetidas ocasiones cómo la disrupción condiciona de manera creciente nuestro día a día, generando escenarios de progresiva complejidad en todas sus dimensiones: causas, materialización, consecuencias, efectos, respuestas e implicaciones, cada una de las cuales está conformada por toda una suerte de factores.
Previendo esta evolución, en los noventa el Ejército estadounidense esbozó lo que sería un nuevo programa de entrenamiento militar. Sus parámetros fueron definidos con un objetivo claro, desarrollar la capacidad de sus efectivos de actuar bajo contextos de alta complejidad. Una nueva necesidad que surgía tras identificar las principales características que determinarían los escenarios futuros, acuñados como entornos VUCA (acrónimo de volatility, uncertainty, complexity y ambiguity). Fruto de esta iniciativa, en 2004 se publicaron los primeros resultados de un nuevo programa conocido como “Thinking training method and think like a Commander” (TLAC). Las conclusiones del mismo se definían en las primeras líneas del documento: "El éxito en las operaciones futuras dependerá de la capacidad de los líderes y soldados de pensar creativamente, decidir con prontitud, aprovechar la tecnología disponible, adaptarse con facilidad y actuar en equipo".
Quizás esta situación, en el marco de la posverdad, sea actualmente más compleja que nunca.
Un analfabeto será aquel que no sepa dónde ir a buscar la información que requiere en un momento dado para resolver una problemática concreta. La persona formada no lo será a base de conocimientos inamovibles que posea en su mente, sino en función de sus capacidades para conocer lo que precise en cada momento. La tercera ola (Alvin Toffler)
Quizás también sea un analfabeto quien no tenga las capacidades y herramientas para acercarse a la verdad, o al menos poder eliminar todo aquello que es falso como una vía indirecta. Como señalaba el personaje literario Sherlock Holmes "cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad". O al menos estaremos más próximos.
¿Por qué hemos llegado a este punto? Un diagnóstico multicausal
En esta línea se suceden aproximaciones que tratan de explicar la situación actual, entre las que destacamos las siguientes:
- La globalización de la antiglobalización. La percepción sobre los efectos negativos de la globalización supera a los positivos, que indudablemente existen. No cabe duda que la globalización ha contribuido al desarrollo, que ha aproximado a la humanidad hacia una “aldea global”, y que ha abierto la forma de pensar y de actuar. Pero la globalización ha debilitado al estado-nación, ha supuesto la cesión de competencias que se consideraban propias de la soberanía nacional, y ha difuminado el poder entre los órganos de los Estados, los poderes económicos (y especialmente financieros) y multitud de actores no estatales. La crisis económica, la pérdida de confianza en las instituciones, la corrupción de organizaciones públicas y privadas, la incapacidad de las organizaciones transnacionales para ordenar el mundo y gestionar el caos han potenciado un movimiento antiglobalización, que, como señalábamos al comienzo de este artículo, actualmente no está dirigido desde la calles (como los movimientos antiglobalización clásicos o por la justicia global o universal o los muy posteriores movimientos indignados), sino desde las propias instancias de poder (Estados, gobiernos, partidos políticos).
- Incapacidad para gestionar la complejidad actual. Daniel Innerarity destaca que la democracia es un régimen de difícil previsibilidad, y los sistemas políticos actuales están siendo incapaces de gestionar la creciente incapacidad del mundo, al igual que lo son para contrarrestar las corrientes que ofrecen simplificaciones sobre dicha complejidad (populismos). Algo que ya apuntaba Alvin Toffler, que falleció en julio de 2016, en el imprescindible “Shock del futuro”, publicado en 1970. Un contexto que, por pura definición, se presentaba dañino para aquellas personas y organizaciones rígidas, intolerantes al cambio. Un escenario descrito en el pasado “que, en la actualidad, más allá de un shock, nos mantiene en estado de noqueo”.
- Los defectos de la democracia liberal. Francis Fukuyama sigue considerando que la democracia liberal es el mejor sistema para garantizar el orden político y la prosperidad, y no se percibe alternativa alguna. El autor analiza los indicios de decadencia, derivados de una inadecuada implementación y observables en el modelo norteamericano: la «vetocracia» o capacidad de grupos pequeños de vetar decisiones; la «repatrimonialización», derivada de la preponderancia de intereses particulares impuestos por grupos de presión (lobbies, universidades, familias, corporaciones) y ajenos al interés público; los sistemas de rendición de cuentas, que en un sistema muy garantista y burocrático hacen lento y laborioso el proceso de toma de decisiones; y la existencia de élites dirigentes que perpetúan las estructuras de poder. La corrupción, la injustica y la desigualdad son algunas de las manifestaciones de esta decadencia que exigen urgentes ajustes.
- Ausencia de relativismo cultural, entendiendo por este concepto la necesidad de huir de verdades absolutas, y tratar de analizar el mundo con los parámetros propios de cada cultura. Ello lleva a que determinados fenómenos de seguridad o de relaciones internacionales no se analicen y por tanto evalúen adecuadamente, resultando, como consecuencia, ineficientes las medidas que se adoptan. En línea similar, y adaptando terminología que ha llegado a utilizar la inteligencia australiana, se puede hablar de un etnocentrismo inconsciente, la utilización de los propios criterios culturales para interpretar y valorar la cultura y comportamientos de otros grupos, razas o sociedades.
- A todo lo anterior se une una situación de hartazgo, una desilusión colectiva que se muestra en la enorme desconfianza hacia instituciones y gobiernos, un virus de indignación colectiva que modula la toma de decisiones de los actores de los sistemas y fomenta continuados desafíos desde la base social hacia las élites.
Siendo de interés cualquier entrevista o conferencia de José Luis Sampedro, un "chute" de humanismo en tiempos en que se humanizan los objetos e instituciones (aparatos inteligentes, mercados que sufren) y se cosifica a las personas, nos quedamos con estas reflexiones en el marco del movimiento indignado del #15M:
Pero no debemos dejar de lado un cierto grado de optimismo. Es propio, de quienes trabajamos en materia de seguridad, contar con un enfoque de riesgos y amenazas. El optimismo es la cordura de unos pocos que no cesan en su empeño de ampliar nuestras ya de por sí estrechas miras. De Steven Pinker a Johan Norberg, de Michael Serres a Yuval Harari pasando por Branko Milanovic. Un elenco de pensadores que se oponen a constatar lo que contra viento y marea los medios, los gobernantes (máxime aquellos que alegan tener en sus manos la solución) y muchos ciudadanos nos quieren hacer pensar, que nuestro mundo va a la deriva y nuestra ineptitud sólo se ve superada por la capacidad de la especie humana de hacer el mal. Todos ellos se aferran a multitud de datos independientes, exponiéndolos con amplio rigor y facilitando a sus lectores la posibilidad de comparar escenarios presentes y pasados. La conclusión es clara, aunque la situación actual dista de ser idílica, incluso buena, aunque injusticias, indecencias y crímenes existen por doquier, como sociedad avanzamos, le pese a quien le pese.